Son apenas las ocho de la mañana. Carlos sale del agua de la playa frente a La Perla. Cumple así el punto final de su ritual diario ya sea verano o invierno. Casi una hora de gimnasio diaria y bañarse en las frías aguas de La Concha le proporcionan el “electroshock” que necesita para afrontar el día.
Con la camiseta chorreando sale del agua con un escalofrío. Siempre se baña con la camiseta. Desde que afrontó su pérdida de peso no se siente cómodo con el aspecto de su abdomen.
No sabe muy bien cómo comenzó todo. Siempre fue un niño con sobrepeso y risueño al que a menudo alentaban a comerse ese “superbocadillo” o ese plato rebosante de macarrones. Nunca fue consciente de en qué momento se desbordó. A los 15 años pesaba 70 kgrs, a los 16 pesaba 80 Kgrs a los 17 años no quiere ni recordarlo. Su sonrisa empezó a borrarse de su cara cuando se sentía limitado para realizar actividades que eran habituales en los demás. Con apenas 19 años cumplidos sintió un “click” en su cabeza. Buscó ayuda profesional, inició una dieta estricta y comenzó a realizar actividad física. Fue un proceso muy duro que le permitió encontrar la mejor versión de si mismo y en el que tuvo la suerte de verse acompañado de su familia y mejores amigos.
Nadie ahora diría que todo eso ocurrió si no fuese por los documentos gráficos que llenan su Instagram y el maldito espejo que le recuerda todos los días el precio que ha tenido que pagar. La piel de su abdomen no quiso responder al ejercicio y la dieta en la misma proporción que el resto de su cuerpo y el abdomen le seguía recordando su antigua apariencia. Carlos se sentía frustrado a pesar del esfuerzo realizado. La ropa no le quedaba como deseaba y se sentía cohibido al interactuar con otras personas. Evitaba situaciones en las que tenía que mostrar su abdomen y se privaba de muchas experiencias debido a su inseguridad.
Hace un año estuvo consultando posibles soluciones en diversas consultas de Cirugía Plástica. A pesar de que iba determinado a operarse “ya”, decidió seguir los consejos del Dr. del Amo. Él le reforzó en la idea del autocuidado y que debía plantearse la intervención como la parte final del proceso. Ha sido un año haciendo el sprint final de una carrera que empezó hace cuatro años…
Ahora SÍ es el momento.
La cirugía fue un proceso emocionalmente intenso para Carlos. Experimentó nerviosismo y ansiedad antes de la operación, pero también una sensación de alivio y esperanza por el cambio que estaba por venir. Sabía que esta intervención no solo transformaría su apariencia física, sino que también tendría un impacto en su bienestar emocional.
Después de la cirugía, Carlos comenzó a notar cambios significativos en su vida. Su autoestima mejoró gradualmente a medida que se sentía más cómodo en su propio cuerpo. Ya no tenía miedo de mostrar su abdomen y pudo disfrutar plenamente de actividades como ir a la playa o practicar deportes sin sentirse cohibido.
Este nuevo sentido de aceptación y confianza en sí mismo se reflejó en todas las áreas de la vida. En el trabajo, se volvió más asertivo y se sintió capaz de asumir nuevos desafíos. En sus relaciones personales, se abrió más y pudo disfrutar de conexiones más auténticas con los demás.
Carlos aprendió a abrazar su transformación física y a reconocer que su valía no estaba determinada por su apariencia. La abdominoplastia fue un paso crucial en su viaje hacia la aceptación de sí mismo y una prueba de que la confianza y la felicidad están al alcance de aquellos que se atreven a buscarlas.
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