Suele decirse que los niños, debido a su gran sinceridad, pueden llegar a ser crueles. Sobre todo en lo que respecta a otros compañeros de clase y amigos, puesto que los adultos saben cómo interpretar sus comentarios. Como bien refleja la popular película animada ‘Dumbo’, en la infancia, cualquier pequeño defecto físico puede convertirse en un motivo de vejación por parte de quienes le rodean.
En lo que al cuerpo, y más concretamente al rostro, se refiere, una de las características que habitualmente invita a las mofas son las llamadas orejas de soplillo u orejas prominentes. Los chicos con esta condición presentan un pabellón auricular más sobresaliente de lo normal, debido a la ausencia o malformación de uno de los pliegues, el denominado anthelix, que provoca que la oreja esté despegada de la piel del cuello.
Más de la mitad de los recién nacidos presentan algún tipo de deformidad auricular, en su mayor parte debidas a un mal desarrollo del cartílago que puede resultar en una malformación unilateral o bilateral. La causa principal suele ser la herencia, aunque también puede ser el producto de una anomalía en la formación del feto.
Un estudio de investigadores suizos sugiere que los adultos ven unas orejas protuberantes incluso como signo de inteligencia y simpatía; sin embargo, la opinión de los jóvenes no suele coincidir. Las burlas pueden hacer que los más pequeños no se sientan a gusto en su vida cotidiana ni con sus relaciones: el pabellón externo es la única parte del cuerpo que alcanza su máximo tamaño durante la infancia, lo que hace aún más notable el efecto.
Medidas de corrección
Los métodos para disminuir o acabar con el problema sin necesidad de intervención quirúrgica se basan en la sujeción del pabellón auricular para corregir el despegue, normalmente mediante tiras adhesivas o tubos moldeables de silicona.
Sin embargo, esta estrategia resulta efectiva solo hasta los seis meses después del nacimiento, cuando el cartílago todavía es blando y maleable. Después, esta aproximación tiene un efecto nulo.
En los casos en los que las orejas prominentes se mantienen, o incluso se observan más adelante en el desarrollo del bebé y están presentes durante la infancia y adolescencia, existe la posibilidad de realizar una sencilla intervención denominada otoplastia. Este procedimiento de cirugía estética, seguro y fiable, permite corregir el pabellón despegado.
Su aplicación requiere de una valoración previa de la situación por parte de los padres. Primeramente, conviene que el niño tenga al menos siete años, puesto que solo a partir de los cinco años se puede observar la magnitud de la malformación. Al menos se necesitan un par más para que sean plenamente conscientes de la operación, la entiendan y comprendan la importancia del posoperatorio.
Durante el procedimiento, que no suele superar las dos horas, se realiza una incisión en el pliegue posterior de la oreja y se modifica la piel y el cartílago para recrear un nuevo pliegue antehelix normal. Aunque los primeros días tras la intervención los niños tienen que llevar un vendaje compresivo, este no resulta molesto y poco después se sustituye por una cinta.
Siempre con conocimiento
En el caso de que el paciente sea adolescente, el primer paso es consultar con el joven para asegurarse de que quiere el cambio y no se ha visto influenciado únicamente por otras personas. Además, debe conocer los resultados reales y los riesgos y beneficios del procedimiento, puesto que él ya es plenamente consciente del cambio que experimentará su cuerpo.
Esto mismo se aplica en el caso de un adulto. No son pocos tampoco los casos de personas que llevan gran parte de su vida evitando dejar sus orejas al descubierto por un complejo que arrastran desde la infancia, y que les ha hecho a menudo sentirse incómodas en sociedad.
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